2oo9 - Detalle (6).

"Si me ocultas tu sombra, me esconderé.
Si me olvidas en el camino, huiré."

La costurera.

Author: Noúmeno /

La tarde se ponía. La única luz que entraba a aquel lugar era la delgada línea anaranjada que iluminaba por encima de los edificios del fondo, dando de lleno en la parte más alta de la habitación de la costurera.

Ella mecía su silueta sentada sobre esas antiguas sillas hechas de cuerda recia y mimbre. Estaba algo echada hacia atrás, dando la sensación de que en cualquier momento se caería. Sin embargo, sostenía bien a la dama costurera. La sombra se ambos elementos de la habitación se evanescía en el suelo oscuro, apenas iluminado. Solo la luz del ocaso desvelaba el secrto de aquella habtación donde la costurera quedaba reducidad a una simple acción.

Coser.

Sus labios podrían sostener un buen número de agujas, en todas aquellas depresiones que conjuntaba con las arrugas de su frente. Sus mejilas enflaquecían en cada movimiento de sus manos, mientras unía dos y dos. No movía el cuello. Su mirada estaba inerte desde un principio en la prenda que cosía y cosía.

Era dificil ver sus ojos. Los tenía escondidos bajo sus parpados, o dentro de su cabeza. Si lloraba, lloraba hacia dentro. No quería mostrar sus iris y lo que ellos representaban. Se sentía vieja. Como aquella tarde que oscurecía.

Frágil y por momentos fragmentable. Se vaciaba conforme veía que aquel trabajo se acababa. Solo un zurcir más y podría respirar.

Cuando el sol se pusiese. En el ocaso.

Auto-stop,

Author: Noúmeno /


Como cuando viajas en coche. Sí, es exactamente así. Te apoyas en el reposabrazos para observar a través del cristal el fenómeno de la lejanía. Notas como todo lo cercano se mueve más rápido que lo lejano. Aquello que posees a tu lado te abandona antes, mientras que el fondo lejano permanece inerte. Como si nada ocurriese.

Cuando aprietas el botón o mueves la manivela para bajar el cristal de la puerta, luchas para que eso que tanto se aleja pueda ser parado de alguna manera. Tal vez alargando la mano, o saltando. Pero para cuando saltas, el viento en contra te impulsa y pierdes más de lo que esperabas. Pierdes ese automóvil que te llevaba. Pierdes el sentido en cada trompo. Acabas despistado.

¿Qué estabas perdiendo? Es demasiado tarde, tal vez. ¿Ya se fue?

Y te quedas entonces varado en las inmediaciones del camino. Solo hay dos sentidos iluminados por el sol. Cual fue el pasado y cual el futuro queda a tu decisión entonces.

Es momento de cargar con el cielo y hacer auto-stop.

Cigarras.

Author: Noúmeno /

Me quedé esperando en la esquina de la calle, frente a la verja de la entrada. Allí cruzaban dos calles que desembocaban en la circunvalación de la plaza de toros del pueblo: la calle del Jueves, y la del tío de Cristóbal. Como si nombre indica, la calle del Jueves es donde se realiza el mercaíllo del Jueves, tan repetido a lo largo de los años desde que tengo consciencia. Y supongo que más. Pero era Lunes, y encima por la tarde, por lo que el ambiente de aquella esquina estaba lejos de ser el vivaz y festivo día de compras al por menor.

El calor estaba presente, emisario de un verano bastante angosto, por lo que debía suponer. Aun así, a la sombra de los pinos que bordeaban el patio interior de la vieja "escuela" de música, se estaba bastante bien.

Era una sombra bastante desordenada, la verdad. Dependía del leve viento que hacía en aquella esquina de calles. El movimiento de las ramas a veces dejaba iluminar unas parte de mi ropa y a veces no, como un mosaico de luces anaranjadas en contraste con las sombras grises y oscuras. Podría deshacerme del tiempo con el mero hecho de contemplar ese movimiento.

En cambio, mi momento favorito no era el del fulgurante sol de mediatarde sobre mi cabeza. Era el sonido de después de comer el que me prendía. Me dejé caer hacia atrás, para apoyarme en la pared de hormigón con graffitis. La reja metálica de la entrada estaría ardiendo mientras le diese el sol. La sombra del pino me protegía, así como la funda del violonccelo.

Cerré los ojos, apoyándo la cabeza en la pared y recogiéndo entre mis brazos las rodillas. Las cigarras hablaban. O cantaban. O simplemente emitían un "hola, estoy aquí", de advertencia. Era ese el sonido de mi verano.